Místicos

San Juan de la Cruz

Pequeña biografía de san Juan de la Cruz

Juan de Yepes Álvarez nace en 1542, en Fontiveros, un pequeño pueblo de Ávila de economía agrícola y ganadera, que contaba en aquel tiempo con una pequeña industria de telares. Es el segundo de los tres hijos de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, modestos tejedores.

Pronto mueren su padre y el segundo de sus hermanos, probablemente a consecuencia de la crisis agraria y del hambre que ésta acarreó, muy presente en Castilla por los años cuarenta del siglo XVI. La infancia y adolescencia de Juan de Yepes se desenvuelven en un ambiente de marcada pobreza que podría calificarse de auténtica miseria. Estas duras circunstancias tienen como consecuencia la endeblez de su corta estructura física como consecuencia de la desnutrición: se cría el huérfano Juan de Yepes como “pobre de solemnidad”, como se diría en la época.

Recibe ayuda de instituciones de caridad, y, en un centro que era entre reformatorio y escuela de enseñanza primaria, recibe una preparación elemental que le rescata del analfabetismo permitiéndole proseguir su formación.

Compagina sus estudios trabajando en el hospital de Nuestra Señora de la Concepción de Medina del Campo, especializado en la curación de enfermedades venéreas contagiosas, y conocido popularmente como el Hospital de las Bubas.

La vocación religiosa le lleva, con 21 años, a ingresar en los Carmelitas de Medina del Campo con el nombre de fray Juan de santo Matías. Su vocación es claramente contemplativa y eremítica.

Se ordena como sacerdote en la primavera de 1567, y se decide a ingresar en la Cartuja, orden eremítica alejada de la inestabilidad de su orden en un momento de inicios de la reforma del Carmelo.

En medio de esta crisis se produce el decisivo encuentro con la Madre Teresa de Jesús, en otoño de 1567, en Medina del Campo. La Madre fundadora, que proporciona su propio testimonio en el libro de Las Fundaciones (3,16-17), le ofrece la alternativa de ayudarla en la reforma del Carmelo que ella está iniciando.

En agosto de 1568, fray Juan abandona Salamanca para acompañar a Teresa de Jesús en su fundación femenina de Valladolid; en este viaje se familiariza con el nuevo talante de la Reforma carmelitana. Poco después funda el primer convento masculino de la orden del Carmelo Descalzo, en Duruelo (Segovia), según la Regla primitiva y no mitigada de la Orden del Carmen, el 28 de noviembre de 1568, ceremonia en la que cambia su nombre por el de  fray Juan de la Cruz.

En la primavera de 1572 Santa Teresa lo reclama como Vicario y confesor de las monjas de la Encarnación, en Ávila, donde permanece hasta diciembre de 1577, acompañando a Santa Teresa en la fundación de diversos conventos de Descalzas, como el de Segovia.

Ante la confluencia de dos directrices reformadoras: por un lado, la reforma del Rey Felipe II, que apoyaba la iniciativa de la Madre Teresa de Jesús, y, por otro, la reforma propugnada por el Papa, que apoyaba a los Carmelitas Calzados, desde el Capítulo General de los Carmelitas, reunido en Piacenza, se suprimen los conventos fundados sin licencia del General y se obliga a Teresa de Jesús a que se recluya en un convento elegido por ella.

En este contexto, la noche del 3 de diciembre de 1577, Juan de la Cruz es apresado y trasladado al convento de frailes carmelitas de Toledo, donde comparece ante un tribunal de frailes calzados que le conmina a retractarse de la Reforma Teresiana. Al negarse, es declarado rebelde y contumaz, por lo que es encerrado en una oscura y angosta celda durante más de ocho meses. En un estado de abandono total, que a otros habría llevado a la locura, Juan de la Cruz escribe una grandísima poesía de amor: las primeras 31 estrofas del Cántico Espiritual, a la vez que varios Romances y el poema “Qué bien sé yo la fonte”. En este sentido, la prisión toledana, con su soledad y silencio extremos, potencia la fuerza generadora de la palabra poética.

Al cabo de estos meses, convencido de que nunca será liberado y de que la prolongación de su cautiverio sólo puede acarrearle un desenlace fatal y absurdo, Juan de la Cruz planea cuidadosamente su fuga y logra evadirse de la prisión en medio de la noche, “a escondidas”, como escribirá luego

En septiembre de 1578 San Juan de la Cruz se dirige hacia Andalucía para reponerse y llega como Vicario al convento de El Calvario en la serranía jienense, cerca de Beas de Segura. Desde este enclave aislado y retirado de las tensiones entre calzados y descalzos, realiza regularmente visitas a las monjas descalzas de la fundación de Beas de Segura, de la que era priora la Madre Ana de Jesús. Entre ambos se desarrolla una entrañable amistad que explica la dedicatoria de las Declaraciones al Cántico espiritual. Desde Beas de Segura realizará en varias ocasiones el trayecto hasta Caravaca, la ciudad de la Cruz, atravesando la exuberante sierra de Segura. Su cometido no era otro que atender las necesidades espirituales y de confesión de las monjas del convento de san José, que fundara en 1576 la propia Madre Teresa de Jesús, aunque ella no llegó a estar físicamente en Caravaca.

El 28 de noviembre de 1581 tiene lugar en Ávila su último encuentro con Teresa de Jesús, en el que tratarán de la fundación de Granada y la de Burgos. La Madre Teresa de Jesús y fray Juan de la Cruz no volverán a verse.

Será en el año 1587 cuando san Juan de la Cruz funde el convento de frailes carmelitas descalzos en Caravaca tras varios meses de estar instalado en una casa humilde, “harto pobre”, situada a las afueras de la villa. La fundación del convento en su ubicación definitiva ocurre el día uno de marzo de 1587, conservándose hasta la actualidad la presencia de una comunidad de frailes carmelitas en la ciudad de Caravaca de la Cruz.

Fue Prior del convento de Los Mártires, ubicado detrás de la Alhambra y de Sierra Nevada, en Granada. También fue vicario de Andalucía, aprovechando el cargo para arraigar entre los frailes la esencia contemplativa, misión que le acarreó muchos problemas y enemigos.

En medio de esa tempestad San Juan cayó enfermo. El provincial le mandó salir del convento de La Peñuela (La Carolina – Jaén) y le dio a escoger entre el de Baeza y el de Úbeda. El primero de esos conventos estaba mejor provisto y tenía por superior a un amigo del santo. En el otro era superior el Padre Francisco, a quien San Juan había corregido en tiempos pasados; fray Juan escogió este segundo convento.

El viaje empeora su salud, aunque sobrelleva su estado con gran paciencia. El superior le trató de forma inhumana, prohibiendo a los frailes que le visitaran, sustituyendo al enfermero que le atendía con cariño, y permitiéndole solo comer los alimentos ordinarios sin hacerle llegar las ofrendas que las visitas traían al convento para que se le entregaran.

Después de tres meses de sufrimientos muy agudos, el santo falleció el 14 de diciembre de 1591.

El 25 de enero de 1675 Clemente X promulgó el Breve de beatificación. El 27 de diciembre de 1726 fue canonizado por Benedicto XIII. El 24 de agosto de 1926, día del aniversario del comienzo de la Reforma teresiana, fue proclamado Doctor de la Iglesia Universal por Pío XI.

La Madre Teresa de Jesús había visto en fray Juan de la Cruz un alma muy pura a la que Dios había comunicado grandes tesoros de luz y cuya inteligencia había sido enriquecida por el cielo. Los escritos del santo justifican plenamente este juicio de santa Teresa, particularmente los poemas de la Subida al Monte Carmelo, la Noche Oscura del Alma, la Llama de Amor Viva y el Cántico Espiritual, con sus respectivos comentarios.

 

Bibliografía: Para la elaboración de los textos de esta “Pequeña biografía de san Juan de la Cruz”, se han tenido en cuenta algunos sitios web del Carmelo Descalzo, así como también el llamado Libro de Becerro o Libro del estado del convento de Caravaca de la Cruz.

Santa Teresa

Pequeña biografía de santa Teresa de Jesús

Teresa nace en Ávila el 28 de marzo de 1515, en la familia de don Alonso Sánchez de Cepeda y doña Beatriz Dávila de Ahumada. Fueron diez los hermanos de Teresa y dos los hermanastros, pues su padre tuvo dos hijos en un matrimonio anterior.

Desde muy pequeña, Teresa se entretenía leyendo las vidas de los santos y las gestas que expresaban los libros de caballería. A los 6 años llegó a iniciar una fuga con su hermano Rodrigo para convertirse en mártir en tierra de moros “…concertábamos irnos a tierra de moros pidiendo por amor de Dios, para que allá nos descabezasen” (cita del Libro de la Vida, 1,4), pero esta aventura fue frustrada por un tío suyo que los descubre cuando aún no se habían alejado mucho de las murallas. Se consuelan, entonces, jugando a ser ermitaños haciéndose una cabaña en el huerto de la casa.

Todavía no salida de la infancia, Teresa sueña con ser una de las damas que se acicalan y perfuman para gustar a sus galanes ilustres, embelesada por la lectura de libros de aventureros y conquistadores. En ese tiempo la corteja un primo suyo.

Su madre muere en 1528, cuando ella tiene 13 años, y Teresa pide entonces a la Virgen que la adopte como hija suya. Sin embargo sigue siendo “… enemiguísima de ser monja,” (cita del Libro de la Vida, 2,8), y al ver su padre con malos ojos la relación con su primo, en 1531 decide internarla en el colegio de Gracia, regido por monjas agustinas, donde ella echará de menos a su primo pero se encontrará muy a gusto.

A medida que se hace mayor, la vocación religiosa se le va planteando como una alternativa, aunque en clara lucha con lo atractivo del mundo.

Las largas conversaciones entabladas con una amiga suya que se encuentra en el convento de La Encarnación, produce en Teresa el deseo de seguir sus pasos, ingresando en ese convento de Ávila en 1535, segura de su vocación, aunque lo hace con la oposición de su padre, quien fallece en 1544.

La vida en el convento de La Encarnación era entonces muy relajada, con cerca de 200 monjas en el monasterio y con gran libertad para salir y recibir visitantes. Teresa tenía un vago descontento con este régimen tan abierto, pero estaba muy cómoda en su amplia celda con bonitas vistas, y le satisfacía la vida social que le permitían las salidas y las visitas en el locutorio.

 

Fue en la cuaresma del año 1554 cuando ocurre algo que significaría para Teresa un punto de inflexión: contando ella 39 años, y llevando ya diecinueve como religiosa, llora profundamente ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con periodos de sequedad en este sentido.

Aunque recibe muchas visiones y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con todo su rigor y perfección, llevándola a la reforma del Carmelo y a realizar su primera fundación, que resultó ser el convento de san José de Ávila, el 24 de agosto de 1562.

Esta primera fundación será una aventura burocrática y humana con muchos altibajos: su confesor aprueba la fundación un día y la reprueba otro, el Provincial la apoya con entusiasmo para luego oponerse, y el Obispo, que nunca había dudado de santa Teresa, llegado el momento de autorizar, titubea. En un momento parece que todo fracasa, y Teresa, siempre obediente, se retira a su celda sin poder hacer nada. Al fin, con la ayuda de doña Guiomar de Ulloa, de la nobleza abulense, y el dominico Padre Ibáñez, consigue la autorización que llegará de Roma. No obstante, a pesar de la autorización, Teresa ha de lidiar con la hostilidad que proviene de la propia Iglesia y el alboroto en contra que protagoniza mucha gente de la ciudad, que llegan a pedir, incluso, que el convento fuera derribado. Con este ambiente, Teresa ha de abandonar la casa de san José de Ávila y regresa al convento de La Encarnación por un tiempo, hasta que, pasado un año, regresa de nuevo al austero palomarcillo de san José —tal como gustaba a Teresa llamar a sus conventos—, una vez calmada la tempestad.

Por mucho tiempo parece que la fundación de la nueva Orden de las Carmelitas Descalzas tendría en su haber este único monasterio, el de Ávila. Escucha entonces en oración: “…espera un poco hija, y verás grandes cosas” (cita del Libro de Las Fundaciones, 1,8), y es verdad que muy poco después le llegan instrucciones y autorización para fundar más conventos. Es famosa la frase que dijera cierto eclesiástico contemporáneo de Teresa cuando, al referirse a ella, la calificara con cierto desdén como “…fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz…”.

Fundó en total 17 conventos: Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576), Villanueva de la Jara (1580),  Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582) en el mismo año de su muerte.

Muere en brazos de Ana de San Bartolomé el 15 de octubre de 1582, en su celda del monasterio de La Anunciación, en Alba de Tormes.

Teresa escribió muy poco por iniciativa suya; entre estos escritos se encuentran muchas cartas, alguna poesía y anotaciones. Pero sus obras maestras, Libro de la vida, Camino de perfección, Las Moradas, Conceptos del amor de Dios y el Libro de las fundaciones,  son fruto de la obediencia a sus superiores, que veían el interés de que escribiera sus experiencias y enseñanzas. Y así es que comienza todos sus escritos, digamos “mayores”, aceptando el encargo por obediencia, pero con notable esfuerzo por su parte.

 

Escribir le supone un esfuerzo importante, lo hace, en ocasiones, ocupando la otra mano con la rueca, tal y como ella explica: “…casi hurtando el tiempo y con pena porque me estorbo de hilar y por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones” (cita del Libro de la vida, 10,7)

La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir el cisma iniciado en Europa con la Reforma de Lutero, o se alejaran en algún punto de la doctrina de la Iglesia.

Fue beatificada por Pablo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622, y nombrada doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI en 1970. Es la primera mujer de las cuatro actuales doctoras de la Iglesia. Las otras son santa Catalina de Siena, otra carmelita descalza: santa Teresita del Niño Jesús, y santa Hildegarda de Bingen.

 

 

Bibliografía: Para la elaboración de los textos de esta “Pequeña biografía de santa Teresa de Jesús”, se han tenido en cuenta algunos sitios web de los Carmelitas Descalzos, así como el Libro de la vida y el Libro de las fundaciones, obras ambas de santa Teresa de Jesús.

 

 

 

San Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús en Caravaca

La providencia, que nunca es casual, hizo que fueran coetáneos los dos mayores místicos que ha dado la historia: san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús.

La historia de san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús es la historia de una confluencia. Andaba ya la Madre Teresa enfrascada en la tarea de la reforma del Carmelo, recién llevada a cabo la fundación del convento de Medina del Campo, cuando allí mismo ocurrió el encuentro entre los dos, tal como escribiría la Madre Teresa en el libro de Las Fundaciones: “Poco después acertó a venir allí un Padre de poca edad, que estaba estudiando en Salamanca, y él fue con otro por compañero, el cual me dijo grandes cosas de la vida que este Padre hacía. Llámese fray Juan de la Cruz. Yo alabé a nuestro Señor, y hablándole, contentóme mucho, y supe de él cómo se quería ir también a los Cartujos. Yo le dije lo que pretendía y le rogué mucho esperase que el Señor nos diese monasterio, y el gran bien que sería, si había de mejorarse, ser en su misma Orden, y cuánto más serviría al Señor. Él me dio la palabra de hacerlo con que no se tardase mucho. Cuando yo vi que tenía dos frailes para comenzar parecióme estaba hecho el negocio…” (Libro de las Fundaciones, 3 – 17). Comenzaría aquí, con este encuentro, el itinerario de la dupla humana que, sin lugar a dudas, más aportaciones ha realizado al universo cultural y religioso en toda la historia de la humanidad… y los dos tuvieron una vinculación providencial con Caravaca. Esta coincidencia en el tiempo amplificó sobremanera las acciones que estos dos gigantes de la espiritualidad, ambos doctores de la iglesia, desarrollaron mientras vivieron.

Santa Teresa de Jesús en Caravaca.-

Eran aquellos unos tiempos convulsos dentro de la Iglesia. Los postulados de la Reforma de Lutero avanzaban y se consolidaban en gran parte de Europa, plegándose a ellos estados enteros, con sus reyes a la cabeza. El Santo Oficio en España —la Inquisición— recelaba de algunas novedades que le parecían podían salirse de la ortodoxia de Roma: Teresa de Cepeda, la Madre Teresa de Jesús, era, toda ella, una novedad. El simple hecho de ser mujer chocaba ante la gente con su talante inconformista y audaz. En la Castilla de finales del siglo no era corriente que la mujer tomara iniciativas para nada; mucho menos ordinario era que una mujer tomara iniciativas en cuestiones eclesiales. Tanto es así, que alguna de las principales obras escritas por la Madre Teresa estuvo bajo la lupa obcecada del Santo Oficio, incluso siendo aún manuscrito. Es significativa la frase que dijera, en aquel tiempo, el Nuncio del Papa en España, Filippo Sega, sobre la Madre Teresa: “…fémina inquieta y andariega, desobediente y contumaz, que a título de devoción, inventa malas doctrinas, andando fuera de la clausura y enseñando lo que no debe…”. Esto ocurrió cuando la Madre Teresa se empeñó en fundar convento en Beas de Segura, a pesar de no tener las autorizaciones pertinentes.

Teresa de Jesús, alejada de los formalismos encorsetados de la época, hacía suyo el lema que dice: el humor espanta el mal. Nunca le faltaba el humor; muchas veces lo utilizaba como medio para salvar situaciones más o menos comprometidas. Se cuenta que un día acudió a la clausura del convento de San José de Ávila un hombre curioso que, a través de la reja, le preguntó a la Madre Teresa si era verdad, tal como se decía por toda la ciudad, que ella era una mujer lista, buena y guapa; y Teresa contestó diciendo que “lo de buena lo dirá el de arriba, lo de lista que se lo inventen los de abajo, pero lo de guapa, juzgue usted”; y levantando el velo, le mostró su rostro. Era ese el humor suyo, atrevido, que tantos disgustos le costó.

La primera referencia que la Madre Teresa de Jesús hace sobre la villa de Caravaca aparece, también, en el Libro de las Fundaciones, y es este, seguramente, el primer caso documentado de “okupas” en Caravaca: “Estando en San José de Ávila, para partirme a la fundación que queda dicha de Beas, que no faltaba sino aderezar en lo que habíamos de ir, llega un mensajero propio, que le enviaba una señora de allí, llamada doña Catalina, porque se habían ido a su casa, desde un sermón que oyeron a un Padre de la Compañía de Jesús, tres doncellas con determinación de no salir hasta que se fundase un monasterio el mismo lugar. Debía ser cosa que tenían tratada con esta señora, que es la que les ayudó para la fundación. Eran de los más principales de aquella villa. La una tenía padre, llamado Rodrigo de Moya, muy gran siervo de Dios y de mucha prudencia...” (Aquí, la Madre Teresa se refiere a Francisca de Cuéllar, hija de Rodrigo de Moya, que fue una de las “okupas” caravaqueñas que profesaron el día de la fundación del convento. Las tres doncellas a las que se refería la Madre Teresa habían se habían encerrado en una casa propiedad de doña Catalina de Otálora con la determinación de no salir de ella mientras la Madre Teresa de Jesús no fundara convento en la villa. Era su forma de presionar, y les salió bien.

Y continúa la Madre Teresa de Jesús: “Yo, como vi el deseo y hervor de aquellas almas, y que de tan lejos iban a buscar la Orden de nuestra Señora, hízome devoción, y púsome el deseo de ayudar a su buen intento”.

 

La madre Teresa estaba decidida en acudir ella misma a la fundación del monasterio de Caravaca; pero, una vez en Beas, dudó de hacerlo al comprobar que Caravaca quedaba muy a trasmano, y que la precaria comunicación a través de montañas habría de dificultar la atención a sus monjas. Envió, entonces, al Padre Julián de Ávila y a Antonio Gaytán para que acudieran a la villa de Caravaca “para ver qué cosa era, y si les pareciese, lo deshiciesen”

Pero la tenacidad de las tres doncellas “okupas” y su capacidad de persuasión deslumbró a los emisarios de la Madre Teresa: “Las monjas estaban tan firmes, en especial las dos, digo las que lo habían de ser, que supieron tan bien granjear al Padre Julián de Ávila y a Antonio Gaytán, que antes que se vinieron, dejándolas muy contentas; y ellos lo vinieron de ellas y de la tierra, que no acababan de decirlo, también como del mal camino…” (También del Libro de Las Fundaciones)

 

La Madre Teresa de Jesús reclutó a varias monjas del convento de Malagón para que acudieran a Caravaca y se llevara a cabo la fundación. De entre ellas, la Madre Teresa nombró priora a una profesa de su total confianza, la Madre Ana de san Alberto, muy admiradora de la Madre Teresa y del Padre Juan de la Cruz, con quienes se cruzó varias cartas. Una de las cartas de la Madre Teresa con Ana de san Alberto se conserva en Caravaca de la Cruz, en el Archivo histórico municipal, fechada en Sevilla el 24 de noviembre de 1575. En esa carta la Madre Teresa da instrucciones a Ana de san Alberto de cómo había de proceder para efectuar la fundación del convento de san José, en la villa de Caravaca. También acudieron a la fundación fray Ambrosio de san Pedro y fray Miguel de la Columna.

Nos dice la Madre Teresa: “Llegadas allá, fueron recibidas con gran contento del pueblo, en especial de las que estaban encerradas. Fundaron el monasterio, poniendo el Santísimo Sacramento día del Nombre de Jesús, año de MDLXXVI” (1 de enero de 1576).

Aparte de las comunicaciones con la Madre Ana de san Alberto, en calidad de priora del monasterio de san José en Caravaca, existe otra vinculación significativa de la Madre Teresa de Jesús con Caravaca. La Madre Teresa acababa de morir en Alba de Tormes. De ella no se había separado la Madre Ana de san Bartolomé, que actuaba de enfermera con ella. En el lecho de muerte, la Madre Ana encontró una cruz de doble brazo, de madera. Se trataba de una cruz de Caravaca de la que la Madre Teresa no se separaba nunca. Pocos años más tarde la Madre Ana de san Bartolomé regala esta cruz a la Madre Ana de Jesús, fundadora del convento de Bruselas el 26 de enero de 1607. Este testimonio de una de las religiosas del actual convento de Bruselas es aclarador: “todas las carmelitas del convento de Bruselas llevan colgada de su hábito una cruz de cuatro brazos de Caravaca, pero solo la priora es la que porta, encerrada en un relicario de cobre, la cruz de Caravaca que perteneciera a la Madre Teresa de Jesús. Cuando se nombra una nueva priora, el primer acto consiste en el “traspaso” de dicho relicario con la cruz de cuatro brazos”.

Por otro lado, el 3 de diciembre de 1576, la Madre Teresa había escrito a la Madre María de san José, en Sevilla “… Alberta ha escrito a doña Luisa y enviadola una cruz…” (Alberta era el modo cariñoso que Teresa de Jesús usaba para referirse a la Madre Ana de san Alberto, primera priora del convento de Caravaca); “…ahora he de enviar a Caravaca una imagen de nuestra señora que les tengo, harto, buena y grande, no vestida, y un san José me están haciendo y no les ha de costar nada…”. Este texto hace suponer que pudiera ser la Madre Ana de san Alberto, priora del convento de Caravaca, la que hiciera llegar a la Madre Teresa la réplica en madera de la Cruz de Caravaca mediante la citada Madre María de san José.

San Juan de la Cruz en Caravaca.-

Cuando las madres carmelitas llevaban instaladas ya seis años en Caravaca, en su convento ubicado en la salida de la villa hacia el viejo Camino Real de Granada —en la actual calle Mayor de Caravaca de la Cruz—, ellas se consideraban aceptablemente bien servidas en sus necesidades espirituales por los capellanes y religiosos que había en la villa; pero esto no quita para que dejaran de añorar la presencia de sus hermanos, los frailes carmelitas descalzos. La Madre Ana se san Alberto, a la sazón priora del convento de Caravaca, escribirá: “Siendo Rector de Baeza vino a esta tierra, y dice esta testigo —que era entonces priora— que dijo el santo: madre priora ¿por qué no trata de que aquí haya un convento de frailes? Sonrióse esta testigo pareciéndole que era imposible por la poca comodidad que había. Díjole: anímese y trate de ello, que es voluntad de Dios, y se ha de servir mucho de él; mire que sin falta saldrá con ello…”.

Las visitas a la villa de Caravaca por parte de fray Juan de la Cruz comenzaron por la encomienda que la Madre Teresa le hiciera acerca de la necesidad de atender espiritualmente a las monjas del convento de san José. El Padre Dionisio Tomás Sanchís (OCD), indica hasta siete ocasiones en que fray Juan llegó a Caravaca. La primera vez habría sido a finales de 1579, recién nombrado rector del colegio de Baeza. Él atendía regularmente a las monjas de Beas de Segura, y, a requerimiento de la Madre Teresa de Jesús, comenzó a hacer lo mismo con las monjas del monasterio de Caravaca.

Siendo fray Juan de la Cruz rector del colegio de Baeza, es nombrado Definidor provincial de la orden carmelitana en Andalucía, y, en pocos años, despliega una actividad inusitada: prior del convento de los mártires, en Granada; Vicario provincial de la Alta Andalucía, maestro de novicios, confesor de las monjas Carmelitas Descalzas de varios monasterios… De esta manera, en algunas ocasiones fray Juan de la Cruz llegaba a la villa de Caravaca procedente de Granada, otras de Baeza, otras de Beas de Segura, etc. En una de sus visitas a la villa, comprobó oposición entre las monjas cuando les confirmó que tenía que partir sin más dilación hacia Beas de Segura. Las monjas quedaron desconsoladas porque fray Juan les había anunciado que estaría con ellas ocho días, pero decidió regresar de inmediato ante una iluminación que tuvo en la que percibió que fallecía la Madre Catalina de Jesús, priora del convento de Beas de Segura. Ese mismo día llegó a Caravaca un mensajero requiriendo la presencia de fray Juan de la Cruz en Beas por la muerte de la Madre Catalina, por lo que este parte de inmediato.

El 1 de septiembre de 1586 ocurre una reunión del Definitorio de la orden en Madrid en la que se admite la fundación de Caravaca, aunque no fue fácil el consentimiento. Mientras fray Juan se mostraba entusiasta, el padre Jerónimo Gracián opina lo contrario: “…por parecerle pueblo pequeño y haber en él monasterio de La Compañía y de Franciscos, que bastaba…”   El 18 de diciembre de 1586, no obstante, el fray Juan de la Cruz funda el convento de frailes carmelitas descalzos en la villa de Caravaca. Hablando de esta fundación y refiriéndose a fray Juan de la Cruz, el Padre Jerónimo de san José cuenta: “…compró para ella un sitio en que estaba edificado un cuarto de casa de tapias viejas y tabiques de veinte y seis pies de largo y diez y seis de ancho, el cual estaba en medio de una calle muy espaciosa, sin tener cosa arrimada. Poseíanla moriscos y pagaban seis ducados de renta, y por el tanto la tomó el siervo de Dios. En lo bajo de este edificio hizo la mitad de él, iglesia, de la otra mitad, sacristía, portería y escalera. En el primer alto puso cocina, refectorio y despensa, y en los camaranchones siete celdas con un callejón, y esto era todo el monasterio…”.

Ana de san Alberto, la priora del convento de monjas carmelitas descalzas de Caravaca corroborará este hecho diciendo: “…el dicho venerable padre vino a esta villa y puso el Santísimo Sacramento en una casica harto pobre, que para dar principio a esto se alquiló junto a Nuestra Señora de la Concepción…”; “…Púsose el santísimo Sacramento a diez y seis de diciembre de mil quinientos ochenta y seis, con la advocación de Nuestra Señora del Carmen…”. Y dos días más tarde “… se realiza la posesión el día 18 de diciembre de 1586”.

 

Bibliografía: Para la elaboración de los textos de este texto sobre “San Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús en Caravaca”, se ha tenido en cuenta el Libro de las Fundaciones, de la propia Madre Teresa de Jesús, y el libro “Caravaca – La Cruz – Los carmelitas”, del Padre José León Santiago (OCD). También se han tenido en cuenta algunos testimonios de personas coetáneas de aquella época, como la Madre Ana de san Alberto, primera priora del monasterio de san José en la villa de Caravaca.